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LA UNICA SALVACION ERES TU

Una de las anécdotas jasídicas más increíbles cuenta que, hace unos doscientos años, vivía en la ciudad de Lemberg (Polonia) una conocida familia llamada Los Brill.

Los lugareños solían contar que el nombre de la familia estaba ligado a una historia muy extraña.

Y esta es la historia:
Fue un día muy feliz para la familia cuando se vio bendecida con un nuevo hijo varón.

Los padres celebraron este feliz suceso de la manera tradicional, con una fiesta llamada Shalom Zajar , que es la "Bienvenida al hijo varón".

Era el viernes por la noche antes de su Brit Milá (circuncisión) y, por supuesto, con una ceremonia festiva de brit en el octavo día luego del nacimiento.

Claro está, a ambos festejos asistieron los parientes y vecinos.

Pero su regocijo duró muy poco, pues los padres pronto comenzaron a notar que los hermosos ojos azules del bebé simplemente miraban sin ver.

Con profundo dolor, se dieron cuenta de que su bebé era ciego (que nadie sepa).

Sin perder tiempo, pidieron el consejo de médicos expertos en cuestiones de la vista, pero, tristemente, nadie podía ayudarles; el bebé nació ciego y los médicos no conocían ningún remedio para su mal.

Los padres aceptaron la triste situación, y agradecieron a Di-s por el bebé incluso si éste no podía ver.

Volcaron todo su amor en su hijo, y se dedicaron plenamente a él.

Cuando el niño, llamado Mijael, tenía tres años, tuvo su fiesta de ofsherenish (Primer corte de pelo), su padre contrató a un maestro para que comenzara a enseñarle lo que cada niño judío debe aprender.

Por supuesto, a Mijael había que enseñarle todo de memoria, pues por ser ciego no podía leer un libro.

Pero solía decir en voz baja: "La única salvación eres TÚ".

Mijael era un muchacho brillante, ávido por aprender, y tenía una memoria notable.

Absorbía de inmediato todo lo que su maestro le enseñaba y quedaba firmemente archivado en su mente.

Con el correr del tiempo, Mijael había memorizado todas las plegarias del Sidur.

Entonces pasó al estudio del Jumash (Pentateuco) y la Mishná.

Todos los días decía en voz baja: " La única salvación eres TÚ".

Cuando llegó a la edad de su Bar Mitzvá, era tan hábil como cualquier otro muchacho de su edad, y muchas veces hasta mejor. Y siempre estaba ávido por aprender más.

En su hogar, Mijael podía reconocer cada artículo y dónde estaba.

Cualquiera que lo observara no podría sospechar que Mijael fuera ciego.

Cuando salía de la casa, sin embargo, su hermano menor lo sujetaba del brazo para guiarlo.

Mijael era muy conocido y todos lo saludaban de manera muy amistosa.

Él, a su vez, siempre respondía con un saludo alegre y una sonrisa cordial.

Recordaba muchas voces y los nombres de aquellos con los que se había encontrado apenas un par de veces, y solía asombrarlos dirigiéndose a ellos por sus nombres.

Mijael sentía un amor especial por los libros.

Aunque no podía leer ninguno de ellos, solía acercarse con frecuencia a la biblioteca, ya fuera en su hogar o en el Beit HaMidrash (la Casa de Estudios), y extraer un libro.

Recorría con sus dedos las tapas y las páginas interiores, alisando con cariño alguna que encontrara arrugada, y pronunciaba en voz baja: " La única salvación eres TÚ", para finalmente besarlo y devolverlo a su lugar.

Un día, este muchacho pidió a su hermano que lo llevara al Beit HaMidrash principal del pueblo, donde aún nunca había estado.

Cuando los muchachos entraron, el Rebí estaba en medio de una clase del Midrash.

Mijael se sentó cerca y escuchó atentamente.

Podía seguir la lección, y ésta le causó un inmenso placer.

Después de la clase se unió a la gente en las plegarias.

Rezó con especial devoción, sintiéndose particularmente agradecido a Di-s por permitirle estudiar Torá y recitar sus oraciones a pesar de su desventaja.

Cuando toda la gente abandonó el Beit HaMidrash, Mijael no tenía prisa alguna por irse y le pidió a su hermano que lo condujera hasta la biblioteca.

El primer libro que tocó y extrajo era un grande y pesado volumen.

Lo sintió polvoriento, señal de que no se había usado durante mucho tiempo.

Le quitó el polvo con la mano y comenzó a dar vuelta a las páginas lenta y suavemente.

De repente, el libro pareció abrirse solo y el joven sintió un grueso objeto entre sus páginas.

Lo tomó en sus manos y sintió que era una caja para anteojos.

Efectivamente, cuando la abrió, encontró en su interior un par de lentes.

Mijael los montó sobre su nariz, curioso por saber qué sentía la gente cuando usaba estos accesorios.

No bien los hubo ajustado a su nariz cuando, ¡oh, sorpresa! ¡La oscuridad desapareció milagrosamente, y todo se iluminó con una llamarada de luz! ¡Podía ver! Y exclamó, ahora en voz alta: "¡ LA ÚNICA SALVACIÓN ERES TÚ !".

Vio la caja de los anteojos y el libro que sostenía en sus manos; contempló de una mirada todo el Beit HaMidrash, la bimá (mesa donde se lee la Torá) y el Arca Santa.

Y allí, en el otro extremo del banco, vio a su querido hermano menor enfrascado en un libro, como si nada hubiera sucedido. "¡Debo estar soñando!", pensó Mijael.

Pero Mijael sabía que no era ningún sueño.

Esto era demasiado como para absorberlo de golpe.

Se quitó con rapidez los espejuelos, ¡e inmediatamente todo volvió a la oscuridad!

El muchacho puso los cristales de vuelta en la caja y la guardó en su bolsillo.

Luego devolvió el pesado libro al estante y pidió a su hermano que lo llevara de regreso a casa.

Mientras caminaban por la calle, tomados del brazo, su hermano le preguntó: "¿Tienes frío, Mijael?". "No. ¿Por qué lo preguntas?", dijo él. "Estás temblando", comentó su hermano.

Mijael no respondió. Estaba muy aturdido, temiendo decir cualquier cosa.

Sólo decía en voz baja: " La única salvación eres TÚ ". Necesitaba tiempo para pensar.

Cuando llegaron a casa, la familia notó que Mijael estaba inquieto por algo.

Le preguntaron qué pasaba, pero él respondió: "Todo está en orden, gracias a Di-s".

Pero cuando se sentaron alrededor de la mesa, y vieron que sus manos temblaban, y que su rostro estaba pálido y serio, tan diferente de su usual personalidad alegre, sus padres se sintieron preocupados.

Sin embargo, no volvieron a insistir en el tema, seguros de que Mijael eventualmente les contaría qué lo perturbaba.

Después de que todos se retiraron a dormir y el muchacho quedó solo, extrajo cuidadosamente los anteojos y los puso sobre su nariz.

¡Nuevamente se abrió ante él un mundo nítido! y Mijael supo que no estaba soñando.

Durante varios días  continuó guardando para sí el secreto de los maravillosos lentes.

Finalmente, decidió que no tenía sentido ocultar a su familia la maravilla del brillante y hermoso mundo que los prodigiosos espejuelos habían abierto ante él.

Al principio, la familia no podía creer que semejante milagro hubiera sucedido, y supusieron que quizás la imaginación del muchacho le estaba jugando algún truco.

Pero cuando él demostró que realmente veía todo muy claramente y con lujo de detalles, como cualquier persona de vista normal, la familia, por supuesto, se sintió feliz más allá de toda descripción.

El joven usaba ahora los anteojos todo el tiempo. Temía quitárselos. No fuera que, por algún percance, la cualidad milagrosa de aquellos cristales se terminara.

El muchacho comenzó ahora a aprender a leer letra por letra y palabra por palabra.

Como ya sabía todas las plegarias de memoria, aprender a leer le resultó fácil.

Del mismo modo también aprendió rápidamente a leer el Jumash y el comentario de Rashi, y todos los demás textos sagrados que había estudiado de memoria.

No dejaba de sentirse emocionado.

Sin embargo, no pasaba un solo día sin decir en voz baja: " La única salvación eres TÚ".

El rumor acerca de la milagrosa recuperación de su vista mediante un par de maravillosos anteojos corrió rápidamente y se convirtió en la conversación de todo el vecindario.

La gente estaba ansiosa por verlo, y a duras penas podía creer lo que veía cuando lo observaban caminando por las calles por sí mismo, o lo encontraban estudiando de los libros santos en el Beit HaMidrash, con esos milagrosos epejuelos descansando cómodamente sobre su nariz.

Todos concordaban que Mijael era la persona más digna para merecer semejante hecho sobrenatural.

El joven, es de comprender, se sintió atraído hacia aquel grueso libro sagrado que había alojado los anteojos milagrosos durante tanto tiempo.

Ahora podía leer sus páginas sin dificultad, pero le resultó difícil comprender su contenido.

Faltaban la página titular y algunas de las primeras, de modo que nunca supo quién fue su autor.

Ni supo tampoco si los lentes pertenecieron a éste, o a algún otro santo Tzadik que estudió esta obra.

Mijael preguntó a los más ancianos judíos que vio en el Beit HaMidrash si tenían alguna idea acerca de a quién podrían haber pertenecido los cristales, pero todos se encogieron de hombros y sacudieron la cabeza en forma negativa.

Pronto, la gente comenzó a llamarlo "Mijael Brilen", pues con mucha frecuencia se lo había oído preguntar: "¿Quizás reconoce usted estos Brilen?". Brilen, en Yidish, significa "anteojos".

Con el paso del tiempo, se convirtió en el nombre de la familia de Mijael, en forma abreviada: Brill.

Mijael tomó la firme resolución de poner su máximo empeño en hacerse digno de ese regalo de Di-s, el don de la vista, y se consagró totalmente al estudio de la Torá y a cumplir mitzvot con verdadero regocijo.

Cuando cumplió los dieciocho años, aceptó la propuesta de uno de los más destacados miembros de la comunidad, un adinerado comerciante y erudito de Torá, de convertirse en su yerno.

Mijael y su novia muy pronto estaban felizmente casados.

Y él seguía pronunciando todos los días en voz baja: " La única salvación eres TÚ ".

Según se acordó de antemano, la joven pareja fue totalmente mantenida por el suegro de Mijael durante varios años, a fin de permitirle dedicarse al estudio de la Torá sin tener que preocuparse por el sustento.

Más tarde, a medida de que la familia de Mijael comenzó a crecer, se unió a su suegro en los negocios.

Mijael tuvo mucho éxito también en este campo, y se sentía feliz de poder dar mucha tzedaká (caridad) y ayudar a los necesitados de muchas otras maneras.

Mijael Brill llegó a una muy avanzada vejez y un buen día, se levantó por la mañana y buscó los milagrosos espejuelos.

Ya no estaban. Las sombras llenaron su entorno nuevamente (que nadie sepa) y ese día se fue de este mundo dejando tras de sí un buen nombre, muchas miles de horas de estudio de Torá, una descendencia cumplidora del camino de nuestros antepasados y la gran interrogante de esta historia anecdótica:

El misterio de aquellos anteojos milagrosos que nunca fueron vistos de nuevo.

De su boca nunca se apartó la frase que nos enseñó el Radak: " La única salvación eres TÚ "